Me acostumbré a callar cuando me herían.
A silenciar mi boca, cuando el alma se desgarraba.
Me construí una burbuja, para que nadie me dañara.
Y surqué los vientos, para que nadie me atrapara.
Y soñé otros mundos, allí…donde vale la palabra.
Donde nadie hiere tu corazón, ni te hace sentir encarcelada.
Pero como ese mundo no existe…aprendí con un dolor que desgarraba.
Que las lágrimas no son suficientes, ni tampoco el mantener la boca cerrada.
Pero como todo en la vida se aprende, no puedo cambiar lo que me pasa.
Y ante el dolor…huyo, lloro en un rincón y poco a poco…me muero.
Con el tiempo he aprendido que puedes morir cada día un poco, cuando nadie te entiende, aunque tú, lo entiendas todo.
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