Señor, Jesús, Tú viviste en una familia feliz, haz de cada uno de nuestros hogares una morada de tu presencia, un lugar cálido y dichoso.
Venga la tranquilidad a todos sus miembros, la serenidad a nuestros nervios, el control a nuestras lenguas, la salud a nuestros cuerpos.
Que los hijos sean y se sientan amados y se alejen de ellos para siempre la ingratitud y el egoísmo.
Inunda, Señor, el corazón de los padres de paciencia y comprensión, y de una generosidad sin límites.
Extiende, Señor, un toldo de amor para cobijar y refrescar, calentar y madurar a todos los hijos de nuestras casas y a los de todas las casas del mundo.
Danos el pan de cada día, y aleja de nuestras casas y, sobre todo, de nuestros corazones, el afán de exhibir, brillar, aparecer; líbranos de las vanidades mundanas y de las ambiciones que inquietan y roban la paz.
Que cuantos se acerquen a nosotros y a nuestros hogares se sientan acogidos con sincera alegría; que seamos capaces de dar y recibir, de compartir nuestro tiempo y nuestros bienes, y de vivir y comunicar la confianza y la paz que sin duda reinó en el hogar de Nazareth.
Te lo pedimos a Ti, Señora de los Hogares, cuyo silencio no es ausencia, sino presencia atenta a los hermanos. Comunícanos la fortaleza de tu fe, la altura de tu esperanza y la profundidad de tu amor.
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