Señor, el día empieza. Como siempre,
Postrados a tus pies, la luz del día
Queremos esperar
Eres la fuerza
Que tenemos los débiles, nosotros.
Padre nuestro,
Que en los cielos estás, haz a los hombres
Iguales: que ninguno se avergüence
De los demás; que todos al que gime
Den consuelo; que todos al que sufre
Del hambre la tortura, le regalen
En rica mesa de manteles blancos
Con blanco pan y generoso vino;
Que no luchen jamás; que nunca emerjan,
Entre las áureas mieses de la historia,
Sangrientas amapolas, las batallas.
Luz, Señor, que ilumine las campiñas
Y las ciudades; que a los hombres todos,
En sus destellos mágicos, envuelva
Luz inmortal; Señor, luz de los cielos,
Fuente de amor y causa de la vida.
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