Había una vez, un padre y un hijo que solían discutir mucho. El chico solía ser muy hiriente con los comentarios, sabía qué cosas afectaban a al padre. Un día, el padre le dijo:
–Hijo, te voy a pedir un favor. Cada vez que no estemos de acuerdo en algo y se genere un enfrentamiento, claves un clavo en la puerta de tu cuarto. Martíllalo con fuerza, y déjalo allí hasta que yo te diga.
El chico, sin entender mucho, lo hizo. Muchas discusiones se dieron en un el tiempo. El padre se acercó al muchacho y dijo:
–Ha pasado un tiempo desde que estás martillando tu puerta. Quiero que hoy, intentes sacar cada clavo y juntos veamos qué ocurre.
Empezó a quitar los clavos y se dio cuenta de que necesitaba mucha fuerza para lograrlo, porque fue fácil martillar duro para dejarlos, pero difícil poder sacarlos.
–¿Sabes?, así de difícil me resulta olvidar cada discusión que tenemos; pero… continúa, por favor.
Pasaron horas para que el chico pudiera terminar, de hecho, había tantos clavos, que no pudo quitarlos a todos.
–Hijo, ¿puedes ver? La pared está llena de agujeros, así es como queda el alma de cada persona cuando siente que le han “martillado” una parte que duele. Es muy fácil decir cosas hirientes, también lo es arrepentirse, pero es difícil borrar las palabras y casi imposible sanar las heridas.
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miércoles, 28 de mayo de 2014
Los clavos en la puerta
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