Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo de su presencia y de su compañía: Señor, hazme ver que tú siempre estás conmigo.
Dame el don de experimentar que me amas; y el gozo de saber que caminas conmigo…
Cuando reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles.
Mira le dijo el Señor, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado.
Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies.
Tú no me has visto, pero yo caminaba a tu lado.
La alegría que tuvo fue inmensa.
Pero no siempre fue así.
Vinieron días de tormenta y de frío.
Caminaba taciturno por la playa.
Volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había huella de dos pies descalzos.
Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre.
Ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida me has dejado solo. ¿ Dónde estas ahora?
Amigo, cuando estabas bien, yo caminaba a tu lado.
Pudiste ver mis huellas en la arena; ahora que estás cansado y abatido, he preferido llevarte en mis brazos… las pisadas que ves en la arena son las mías marcadas por el peso de tu propio cansancio!
No hay comentarios:
Publicar un comentario